Si eres tan listo, ¿por qué no eres rico?

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El Premio Nobel de economía James Heckman, hace ya unos años, reflexionó así: «¿Por qué los más listos no son también los más ricos?».

Entonces fue a sus colegas y les preguntó: «¿Qué porcentaje del éxito (entendido este en términos económicos) creéis que se debe a la inteligencia?». Las respuestas variaron entre el 25% y el 50%.
Lo cierto es que tras una larga investigación concluyó que apenas un 1% o 2% de la posición económica no heredada se podía atribuir a la inteligencia.

Heckman trabajó analizando a profesionales de las finanzas, tratando de encontrar un factor común a los que más ganaban, y si este no era la inteligencia, entonces, ¿de qué se trataba?

El investigador halló un elemento común, conscientiousness, ese rasgo incluido en el modelo Big Five y de difícil traducción al castellano y que podría desgranarse en: perseverancia, autodisciplina y diligencia, el catalizador de cualquier expediente académico brillante.

Visto esto, ¿deberíamos, por tanto, eliminar los test de inteligencia por su poco valor predictivo? ¡¡¡NOOOOOOOO!!!

La psicóloga Ángela Duckworth encontró en 2011 el valor colateral de los test de inteligencia: la actitud que imprimen los sujetos con mayores puntuaciones. Estos, no solo son capaces de resolver problemas más complejos, sino que lo hacen aportando motivación y esfuerzo, esto es, conscientiousness.

En resumen, tal y como está configurada la vida moderna, alguien sin inteligencia tiene muy poco recorrido, pero disponer de ella no es garantía de nada si no se es a la vez adalid del conscientiousness.